Utoya. 22 de julio: El sonido del miedo

En ocasiones, al entrar a una sala de cine, podemos encontrarnos con películas como Utoya. 22 de julio. El director noruego Erik Poppe nos quiere trasladar, lo más cerca posible, las sensaciones y sentimientos que vivieron los jóvenes del campamento noruego en los hechos del año 2011.

Basada en la historia real de la matanza en la isla de Utoya, la película nos cuenta, prácticamente en tiempo real, el asalto perpetrado por un terrorista de ultraderecha que tuvo a más de doscientos jóvenes de las juventudes del Partido Laborista Noruego sometidos a sus disparos durante una hora.

Se trata de una película rodada cámara en mano que sigue principalmente a Kaja, una joven de 18 años que está disfrutando del verano en la isla junto a su hermana. Sin duda la utilización de un plano secuencia, tan de moda actualmente en el cine, para rodar toda la historia y el movimiento de los protagonistas ayudará al espectador a situarse en medio del caos y el desconcierto que se vivió en aquel lugar aquel día.

Otro de los aspectos interesantes de la película es que se oculta en todo momento el peligro, en este caso en forma de un terrorista armado disparando indiscriminadamente a cualquier objetivo vivo. Los jóvenes escapan de algo que no ven pero que sí pueden escuchar. El incesante ruido de lo disparos hace que el sonido sea muy importante en la historia. La intención de que cada disparo sea como una ración de miedo y pánico tanto para los protagonistas como para el espectador está bastante bien llevado.

Hay escenas de verdadero desasosiego y confusión. A destacar especialmente la parte de la cabaña, donde los jóvenes se refugian sin saber muy bien de qué y donde el continuo trasiego de personas, unido a la reducción de espacios, convierte la pantalla en una ratonera. También la escena de los acantilados proporciona de nuevo una sensación de prisión para Kaja y los demás. En realidad la idea de una pequeña isla repleta de gente y de donde no se puede escapar, hace que todo se convierta en una pesadilla. Tan solo queda la opción de huir, esconderse y sobrevivir a la espera del rescate.

Al tratarse de un hecho verídico y al cual su director ha querido acercarse de una manera respetuosa para familiares y víctimas, la película se mantiene en la línea de contar los hechos de una manera lo más realista posible, simplemente añadiendo ciertos momentos dramáticos entre personajes. Esto puede hacer que la propia historia pueda hacerse algo repetitiva y con escenas extensas en un mismo lugar, ya que apenas veremos cuatro o cinco emplazamientos en toda la película.

Las limitaciones en el material para una película puede ser un lastre si no se adereza la historia con momentos potentes e interesantes, donde el público pueda empatizar con la protagonista y meterse de lleno en la trama. Si no se consigue esto, Utoya. 22 de julio puede ser una decepción. Y es que estamos tratando con una película cruda y angustiosa, el juego que propone Poppe de ser partícipe de la vulnerabilidad de los jóvenes, debe impactar en el espectador como de un disparo se tratase.

Estamos hablando de una propuesta diferente para la cartelera, donde se tiene la oportunidad de encontrar sensaciones en la butaca. Si la película consigue mantenerte en tensión, sentir agobio e incluso angustia, el objetivo estará cumplido. Creemos que Utoya. 22 de julio sí consigue esto en bastantes momentos.

Es posible que para cierto público, la tragedia de la isla de Utoya sea más interesante contada desde el punto de vista de un documental o incluso de una forma más clásica, algo que ya hizo el director americano Paul Greengrass para Netflix en su película “22 de julio” en 2018. Puede ser un buen complemento a este estreno si se desea saber más sobre este suceso de una manera global.

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