El director brasileño José Padilha, conocido por películas como Tropa de élite y por ser productor del bombazo de Netflix Narcos, no se aleja de las cintas basadas en sucesos reales y nos traslada al 1976, en pleno conflicto Israel-Palestina, y el secuestro de un avión de Air France con centenares de pasajeros a bordo, con el objetivo de forzar el primer acuerdo o la primera negociación de la historia entre integrantes del Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Estado de Israel. Thriller protagonizado por Daniel Brühl y Rosamund Pike, tiene de primeras lo que parece ser una puesta en escena interesante, abarcando diferentes escenarios claves donde se produjo no solo el secuestro del avión en sí, sino todos los pasos previos a él; efecto que se diluye según va avanzando la película.
La trama es fiel a la realidad y a los hechos acontecidos en el verano de 1976, cuando un vuelo de Air France que cubría el trayecto entre Tel Aviv y París, es secuestrado por 4 terroristas, o por cuatro revolucionarios, depende del bando en el que te sitúes. Dos de nacionalidad alemana, Wilfried Böse (Daniel Brühl) y Brigitte Kuhlmann ( Rosamund Pike), y dos palestinos. Todos ellos, con un mismo plan: poner contra las cuerdas al Gobierno de Israel, y forzarles a negociar. Lo interesante de la película, y uno de los únicos puntos a favor de ella, es la humanización que realiza de estos dos revolucionarios alemanes. Böse, editor de libros en su Alemania natal, se introduce en el mundo palestino con el afán de cambiar el mundo, de hacer de él un lugar mejor. Pero como buen editor que es, todo él son palabras, todo él son ideas. Y cuando llegue el momento de actuar se demostrará si esta preparado o no para tomar parte de esta lucha. Intenta combatir la represión del Estado de Israel hacía el pueblo palestino con palabras, mientras que el ejercito israelí reprimía al Frente Popular para la Liberación de Palestina con balas.
Por su parte, Rosamund Pike, si es una revolucionaria con la mente más adaptada a hacer todo lo necesario con tal de conseguir sus objetivos. Carga durante con toda la película con la culpa por la muerte de una rebelde alemana, y por separarse de Juan Pablo, otro de los integrantes del grupo alemán inicial que finalmente no terminó acompañando, y cuya lejanía y nostalgia por su figura la acompaña hasta el final de la trama. Realmente, la película la mantienen entre ellos dos, ya que las escenas en las que no están presentes, que es verdad que son pocas, carecen de reclamos para mantener al espectador en sus butacas. Cuando no están ellos dos, nos describen la historia del otro bando, el israelí, encarnado en el Primer Ministro, Yitzhak Rabin (Lior Ashkenazi) y el Ministro de Defensa Shimmon Peres (Eddi Marsan). Historia puramente política, sobre como afrontar el conflicto, y de quien atribuirse las medallas y las culpas en caso de que la operación no diese sus frutos y los rehenes fueran asesinados. Representan las dos visiones del conflicto palestino. Shimmon, fiel defensor de no negociar bajo ninguna circunstancia con terroristas, y hacer respetar a Israel a través de las armas y de la represión; Rabin, una versión más pacifista, abogaba con negociar con ellos, ya que a sus ojos era la única manera de acabar no solo con este secuestro, sino con el conflicto entre ambos bandos.
La principal sensación que deja una vez vista, es la de indiferencia. Indiferencia con los personajes al ser el director incapaz de que sintamos algún tipo de emoción por ellos. Posiblemente sentimos pena por Brühl, y por su visión del mundo y del conflicto, y por el final que esta parece presagiar para él; y la de rabia y odio con Marsan, por su obsesión de resolver cualquier diferencia con el uso de la violencia, y descartar ya de inicio el camino del dialogo para alcanzar un bien mayor. Por el resto, película muy plana, previsible, aunque eso no es del todo fallo suyo, e incluso de excesiva duración. Sobrantes y carentes de sentido las escenas entre el soldado israelí y su pareja, que forma parte de un grupo de danza. Demasiada importancia y demasiado metraje destinado a estos dos personajes cuya función no es más que ser personajes río que hagan fluir la trama, no ser trascendentes en ella.
También cabe la pena comentar las escenas en las que se interpreta una danza de Ohad Naharin, Echad Mi Yodea, la cual es una metáfora de una guerra que nunca acaba, y ni en la actualidad incluso parece tener un fin a corto plazo. El problema de este detalle es la repetición, de hasta tres veces, de esta danza. La primera vez impacta, tanto por lo visual como por lo sonoro; la segunda vez gusta, pero ya es algo conocido; la tercera vez provoca hastío. Y es una pena, ya que sonoramente tiene unos matices que encajan a la perfección con la escena final, y que si no se nos hubiese presentado con anterioridad, podría haber resultado mucho más impactante, y la gente podría haber tenido una mejor crítica de la película, ya que al ser el final, es con lo que se hubiesen quedado por encima del somnífero del resto de hora y media.
En definitiva, es una película con unas bases interesantes, y unos actores y un director a la altura, pero no todo lo bueno siempre encaja a la perfección, y ejemplo de esta premisa es 7 días en Entebbe, cinta muy descafeinada y con carencias emocionales que se las va a tener que ver en cartelera con Los Vengadores: Infinity War, que se estrena el mismo día, y aguantar todavía el envite y la guerra que pueda dar Wes Anderson y su Isla de perros. Tarea cuanto menos complicada.
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