Custodia compartida: La violencia doméstica como productora de tensión

«El travelling es una cuestión moral», versa una de las frases más famosas de Jean-Luc Godard. El francés nunca declaró con certeza que quiso decir con aquello, pero se puede intuir en un artículo escrito años después por su coetáneo Jacques Rivette, en Cahiers du Cinema, acerca de la película italiana Kapo (1960, Gillo Pontecorvo). En aquel artículo, titulado “De la abyección”, Rivette hablaba de la película de Pontecorvo, un film sobre los campos de concentración nazis, con las siguientes palabras: “Lo menos que puede decirse cuando se acomete un tema como éste (los campos de concentración) es que es difícil no proponer previamente ciertas cuestiones; pero todo transcurre como si por incoherencia, necedad o cobardía, Pontecorvo hubiera decidido no planteárselas… Obsérvese el plano en que Emmanuelle Riva se suicida abalanzándose sobre la alambrada eléctrica. Aquel que decide en ese momento hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de insertar exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo sólo merece el más profundo desprecio”.

La sentencia de Rivette, sin duda muy cuestionable también, no deja de tener un alto interés de reflexión. Custodia compartida (2017, Xavier Legrand) no es el caso de Kapo, pero bien plantea cuestiones morales que todo espectador debería hacerse. El oficio de cineasta es un oficio complicado, un oficio donde la cuestión moral debe de estar presente desde el momento en el que se decide contar algo de la forma en la que se va a contar. A partir de ahí, todo cineasta puede considerarse un impostor o un farsante, pues su elección de que es lo que va a mostrar, o como lo va a mostrar, conlleva unos resultados en la visión del espectador. Por ello, la reflexión siempre tiene que estar presente, en el cineasta y en el espectador.

Custodia compartida es la ópera prima del francés Xavier Legrand, una ópera prima que se alzó ni más ni menos que con el León de Plata al Mejor director en el último Festival de Venecia. Allí también recibió el premio a Mejor ópera prima, y en San Sebastián se alzó con el Premio del público a Mejor película europea. Toda esta corriente de premios ha llevado a Custodia compartida a ser una de las películas europeas más laureadas del año. En ella, Xavier Legrand, se atreve a tratar un tema tan actual y horroroso como la violencia doméstica.

La película comienza con una larga vista oral, donde una pareja divorciada intenta resolver, ante la jueza, la custodia sobre el cuidado de su hijo menor, ofreciendo una disparidad de argumentos que nos hacen presagiar un filme sobre la naturaleza de estos hechos tan terroríficos, y sus complejidades psicológicas y emocionales. Pero todo ello se disipa una vez el procedimiento legal es dejado de lado, para darnos pasó ahora a una película más cercana al thriller, pero al thriller más plano, el que busca irremediablemente un efecto de tensión a través de elementos harto cuestionables, sobre todo tratando el delicado tema que trata la película.

El filme no cabe duda de que funciona como un reloj suizo, dentro del género de terror. La tensión in crescendo es llevada con mano hábil y prometedora por Legrand, aunque a veces de la sensación de estar algo perdido en lo que quiere contar. La disparidad de puntos de vista, así como el débil y pobre boceto que son sus personajes (ninguno tiene complejidad psicológica, parecen borradores de una primera versión), nos llevan a una extraña estructura donde los personajes van apareciendo en pantalla por orden del guionista, sin anclar visión en ninguno de ellos (el más claro ejemplo es esa escena final, donde los saltos de punto de vista son abundantes y algo chapuceros). Podríamos hablar del hijo como nexo entre los personajes de la madre y el padre, y punto de vista más fuerte de la película, pero el tratamiento claramente se debilita cuando Legrand decide enseñarnos a otros personajes sin la menor repercusión en la narración (¿esa escena de la hija en el baño, haciéndose un test de embarazo, donde solo se le enfocan los pies?).

Mas allá de esto, como antes se decía, la película funciona dentro de los parámetros del thriller de terror de una manera bastante correcta. Custodia compartida no acaba siendo otra cosa que una película del gato y el ratón, del asesino y su presa. El impacto en el espectador es inmediato, aunque, y aquí entra la cuestión moral, lo hace de manera tramposa, o al menos cuestionable. Su tratamiento simple de un tema tan complicado, su dibujo de brocha gorda de unos personajes psicológicamente más complejos, llevan a la película a ser una especie de simple productor de tensión, dejando de lado preguntas realmente importantes. Cabe cuestionarse si secuencias como la de la fiesta de cumpleaños de la hija, tratadas como si fuese casi La noche de Halloween (1978, John Carpenter), son adecuadas para un tema con tanto que explorar en sus entrañas como lo es este (más allá de que la escena esté ejecutada con muchísima habilidad y precisión).

Custodia compartida funciona e impacta, pero el impacto en el espectador, como en las malas películas de terror, se desvanece una vez terminan los títulos de crédito. Sería interesante pensar que hubiese sido de esta película si el director hubiese estado más interesado en bucear en los personajes y sus psicologías, y no tanto en crear escenas de tensión simplonas. Al menos nos deja una interesante cuestión: ¿hasta qué punto es moralmente aceptable utilizar un tema como la violencia de género, o la violencia doméstica, simplemente para generar tensión? No hay una sola respuesta, y probablemente todas tengan su validez, pero es interesante preguntárselo. De todas formas, como película, Custodia compartida podría habernos dado cosas mucho más interesantes de las que nos da, y nos las podría haber dado si los personajes hubieran sido reales y no simples bocetos al servicio de su director.

Trailer:

 

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