Dunkerque, ambientada en plena Segunda Guerra Mundial, narra la evacuación de unos 300 mil soldados, tanto ingleses como franceses, que se encuentran rodeados por el enemigo en las playas de dicha ciudad portuaria del norte de Francia.
Christopher Nolan sube un peldaño más en su filmografía con su décimo trabajo. No hace falta decir que es uno de los cineastas más representativos e influyentes del cine contemporáneo, y tampoco es necesario que lo demuestre. Lo es, básicamente, por dos motivos-aptitudes: su ilimitada capacidad de sobrevivir en el tiempo, que logra renovándose siempre en cada proyecto «ya sea con novedosas técnicas de realización o innovando con el uso de los distintos elementos que componen una película», y por su habilidad de superarse «que nunca dejará de sorprenderme».
Rodada en IMAX 70 milímetros y en los escenarios reales de Dunkerque, Inglaterra, Holanda y algunas tomas en plató en Los Ángeles, la película es un magistral ejercicio de puro realismo y minimalismo. Nolan es capaz de contarnos tres historias diferentes «cada una se desarrolla en un medio distinto: tierra, mar y aire» en las que los actos de los personajes acaban uniendo dichas historias en un punto. Tratadas con un planteamiento más propio del thriller, las historias cuentan con la inestimable ayuda de dos factores principales: el tiempo y el sonido «ambos jugando tanto a favor como en contra».
El tiempo es muy importante en Dunkerque, ya que cada historia «dentro del día que empezó la encerrona y de esos días que duró el rescate», se sitúa en momentos totalmente distintos. Así como también lo es el sonido, en sus dos vertientes: tanto en la más ruidosa, tan envolvente y atronadora que es capaz de provocar al espectador algún que otro sobresalto en la butaca, como en la más silenciosa, donde el silencio alcanza la más óptima expresividad. Dentro de este factor, también juega un papel fundamental la eficaz música de Hans Zimmer, compuesta por ritmos y sonidos como el tic tac de un reloj que provocan la tensión necesaria para que tu corazón se salga de tu cavidad torácica, y los escasos, pero justos diálogos.
Un héroe de guerra no es aquel que más enemigos mata, sino aquel que supervive después de una guerra. Por tanto, estos soldados necesitados de esa dignidad que no saben si la van a encontrar, lo único que desean es salvar su pellejo actuando con humanidad, lo que les convierten en auténticos héroes. Huir del miedo y la muerte no nos convierte en más o menos cobardes, sino que nos hace aún más humanos. Así que, Dunkerque no se trata de una película de guerra, sino de supervivencia. Y, sobre todo, es una película con un claro mensaje antibelicista: la guerra es un infierno que deja huella y es una experiencia tan traumática y horrible que el que la vive, no desea volver otra vez allí; un mensaje personificado en ese soldado derrotado (Cillian Murphy). Una experiencia redonda dentro del género, con tal poderío visual y narrativo que dejará grabadas en las retinas del que la vea imágenes de una belleza y angustia nunca vistas hasta ahora.
Lo mejor: su instantaneidad de convertirse en imprescindible dentro del género.
Lo peor: que algunos se queden solamente con el realismo.
Nota: 5 sobre 5.